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Yemayá y las albaceas de sus misterioso: parte III


Yemaya con sus pechos amplios
Yemayá, madre de la creación.

El 12 de diciembre llegó más rápido de lo que esperaba. Cuando uno está en el camino correcto, las cosas van cayendo en su sitio poco a poco. Para mí el llegar a hacer kariosha (proceso por el cual la energía del orisha tutelar de un individuo es asentado su la cabeza) era un sueño a punto de hacerse realidad. El dinero había sido un gran obstáculo, pero un regalo inesperado de mi padre haría que se cumplieran dos sueños, el comprar mi primer hogar y tener casi lo suficiente para pagar por mi iniciación. El resto de los fondos llegaron también a manera de obsequios inesperados.


Esos obsequios me llegaron como una sorpresa por parte de mi hermana mayor de orisha, Karelina Hartwell Ocha Lobbí, Igbae Bayen Ntonú (oración para oloshas que han fallecido). Sin yo saberlo, ella se puso en contacto por correo electrónico con iyaloshas y babaloshas que tuvieron la gentileza de enviarme regalos para mi iniciación. Karelina, quien tenía hecho Obatalá me envió un paquete lleno de cartas deseándome lo mejor y con cheques que yo no esperaba. Yo le doy las gracias a cada una de esas personas, ellos saben quienes son, por su amabilidad para con alguien que no habían siquiera conocido. Espero que mi hermana mayor de iniciación, quien está al pie de Olodumare, haya encontrado la paz que tanto anhelaba en esta tierra. Karelina era una mujer muy noble y amantísima de los orishas…pero esa es otra historia.


La realidad es que ahí estaba yo, aun vestida con mi ropa de trabajo y con mi rostro maquillado después de haber salido al aire. Estaba cansada luego de un largo día de trabajo y con mi hijito de tres meses conmigo me preparaba para volar a San Antonio, Texas. Desde Dallas el viaje no es largo, pero mi esposo en aquel entonces tuvo que manejar cinco horas hasta San Antonio para traer consigo los guerreros y mi canasta con mi ropa blanca y un millón de otras cosas necesarias para la ceremonia.


Hacían unos 40°F y eran casi las 11 p.m. cuando finalmente nos llevaron al río. Aunque la hora pareciera poco ortodoxa, era la preferencia de mi Obá Oriaté Jorge Iturralde, Salakó, el trabajar con la fresca de la noche. Por tanto, mi gemelo y yo estábamos por darnos un helado baño en el río. El proceso fue memorable y como se imaginarán bastante refrescante. Casi no recuerdo el regresar a la casa de mi padrino, el cansancio del día me calaba los huesos más que el agua fría del río, tenía hambre y mucho frío.


Lo próximo que supe, es que estaba durmiendo cómodamente en una estera en el suelo. Hubo claro está cosas que pasaron entre el río y la estera, pero no me acuerdo que pasó primero y que pasó después. Por supuesto, después de tantos años de ayudar a iniciar a otras personas, me conozco de memoria todos los pasos de la ceremonia, pero prefiero narrarles exactamente lo que recuerdo de mi iniciación.


En la mañana de la iniciación, recuerdo un sabroso desayuno. Había muchas preparaciones que se estaban llevando a cabo a mi entorno, pero después de comer yo estaba muy entretenida de cara a una pared y cubierta con un paño blanco haciendo penitencia. Me quedé dormida en la silla y me desperté cuando alguien me dijo que era hora de ir a tocar a la puerta del igbodu. Yo estaba parada al borde de un precipicio y no me había dado cuenta.


Una vez que crucé el umbral y fui recibida por mi padrino, mi vida como la conocía dejó de existir. Me dio un miedo paralizante. La mano helada de lo desconocido me tenía agarrada por las tripas. Muy a propósito yo no había leído nada sobre esta iniciación porque quería ser una tabla rasa. Y así fue que comencé una vida de devoción. Es poco lo que recuerdo desde ese momento. Cuando finalmente me dijeron que abriera los ojos, Yemayá estaba parada frente a mí y Eleguá estaba bailando a mi alrededor. Dos de los oloshas que participaron en mi ceremonia se montaron con sus orishas. Yemayá me recogió de mi muy duro asiento de madera o pilón y me cargó en brazos como si fuera un bebé para llevarme a mi nuevo hogar. Ella se sentó en mi trono cargándome aun en la falda como si fuera una muñeca. Mi bella madre me llenó de mimos y me dijo que tendría otro hijo, pero no aun, sino en unos años. Me dijo tantas cosas, pero son palabras entre ella y yo. Lo curioso del caso es que mientras ella conversaba, yo estaba preocupada por el olosha que me cargaba.


Me explico, mido casi 6 pies de altura y peso mas de 200 libras y el olosha montado con Yemayá era bajito y bien delgado. Supongo que esas cosas son inmateriales para la persona ya que no está presente cuando el orisha se apodera de su cuerpo.


Ella ciertamente se ha apoderado de mi vida. No, yo la puse a los pies de Yemayá. Mi cabeza toca el suelo para saludar a mi orisha todos los días de mi vida y mi corazón y todo lo que soy le pertenece a ella. No hay parte de mí que no sea de Yemayá. Ese día fue el despertar, el desenlace de una cadena de reacciones con cambios profundos que aún continúan manifestándose en mi vida. Esta saga no se ha acabado.


Omimelli

Oní Yemayá Achagbá

Nota de editor: Esta historia fue publicada originalmente el 27 de junio de 2010 por Omimell

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